
Hay un mundo donde el mar, las olas, el color e incluso el olor a verano se hacen realidad. Ese universo está en las manos de Miquel Barceló (Felanich, 1957) y en la exposición Kiwayu en la Galería Elvira González (calle Hermanos Álvarez Quintero, 1. Madrid) nos deja verlo un poco.
La muestra, que se puede disfrutar desde este jueves, se centra en la etapa vivida por el artista en la isla de Kiwayu (archipiélago de Lamu, Kenia), en plena pandemia por Covid-19, así como en la isla de Mallorca. Una etapa comprendida entre el 2020 y el 2021 donde Barceló rinde un homenaje a la vida. El artista invita al espectador a disfrutar del mar y de sus frutos, así como de la sensación de libertad y plenitud de vivir al borde del agua. Un mar que es fuente de inspiración permanente para el artista mallorquín.
La muestra se recrea en el mundo náutico y todo lo que lo rodea a través de 26 acuarelas y 11 cerámicas de Kiwayu, que conforman una exposición donde Barceló muestra una vez más su mundo más personal e íntimo.
El propio Barceló subraya que «la zambullida submarina de cada mañana», así como «las horas de pintura y lectura», le proporcionaban «una especie de tranquilo estupor. A menudo he notado que cuando en la vida todo parece irse al carajo en el estudio pasan cosas».
Aparentemente ni el propio artista sabe lo que va a pasar en su taller improvisado al borde del mar, por dónde va a salir o, mejor dicho, por dónde le van a salir sus pinturas. No hay un plan preconcebido, ni sabe qué acuarelas va a pintar, ni siquiera los motivos. Parece que las cosas le van surgiendo con el transcurrir de las horas del día.

Ante esta exposición, Barceló reflexiona sobre la importancia del papel, no tanto como soporte de su trabajo, sino porque el papel en sí mismo, como la arcilla en la cerámica, le llama para formar parte de su obra.
«Cuando me puse a trabajar con ellas (las hojas de papel) dieron un resultado bastante bueno. Me gustaron esas hojas. Tienen siempre un perfume penetrante, me dan ganas de fumarlas… así que estas cosas son importantes». Barceló utiliza el papel, la arcilla o lo que tenga a mano para ser modelado o pintado, por pura necesidad, compelido a hacerlo más allá de su propia voluntad.
En las cerámicas de la exposición se ve además la fascinación de Barceló por el arte rupestre prehistórico con su proliferación de animales y figuras en movimiento. Desde la década de los 90, cuando empezó a utilizar las antiguas técnicas de modelado en barro como le enseñaron en el País Dogón (Malí), Barceló pinta sus cerámicas como el primer hombre de la cueva primigenia, por una necesidad de explicar lo que ve de forma natural, para comunicarse.