Nautik
Bitácora

La tormenta que hizo a Wagner componer su leyenda sobre un barco fantasma

La tercera entrega de nuestra serie sobre composiciones inspiradas en el mar la protagoniza «El Holandés errante», la ópera que compuso inspirado por un angustioso viaje por mar entre Riga y Londres, sacudido por las marejadas

«Der fliegende Holländer, Romantische Oper in drei Aufzügen» (su título original, en alemán; en castellano “El Holandés errante”), es la segunda ópera importante compuesta por Richard Wagner (Leipzig, 1813–Venecia, 1883). La idea para escribir el libreto de la obra, según se puede leer en su autobiografía, “Mi vida”, publicada en 1870, le vino tras las furiosas tormentas en alta mar que sufrió en 1939, en un trayecto en barco entre Riga y Londres. El periplo estaba previsto que durara ocho días, pero la furia de los elementos hizo que terminara durando veintiuno…

La terrible experiencia que vivió junto a su mujer, Cósima, navegando a través de los mares Báltico y del Norte, fue decisiva para que el compositor escribiera el libreto de la más antigua de sus óperas que él mismo consideró merecedora, cuando creó el festival de Bayreuth, en 1876, de formar parte de su “canon” de diez obras fundamentales. Pero al recuerdo de sus circunstancias personales Wagner le añadió, para su argumento, una leyenda secular muy conocida en Europa central, la del “Holandés errante”, un barco fantasma condenado a vagar eternamente por los océanos sin tocar nunca puerto, por el pacto con el diablo que había hecho su supuesto capitán, Willem van der Decken, para poder surcar los mares sin importar los retos naturales que pusiera Dios en su travesía. Pero Dios, que todo lo sabe, lo condenó, en castigo por su blasfemia, a navegar eternamente sin rumbo. De ahí su nombre de “Holandés errante”. La maldición se hacía extensiva a cualquier barco que saludara a este barco de mástil negro y velas rojas como la sangre.

Wagner comenzó la escritura de una ópera en un solo acto estando ya establecido en París, a donde se había trasladado en 1840 desde Londres, y la tituló inicialmente “Das Geisterschiff” (El buque fantasma). Sin embargo, su delicada situación económica –la misma circunstancia que le empujó a huir de Riga, lleno de deudas, en dirección a la capital británica– le obligó a vender ese argumento inicial (y el título de la obra) al director de la Ópera de París, Léon Pillet.

Éste, en cambio, parte, que no veía con buenos ojos los revolucionarios modos musicales de Wagner, no quiso incluir en el pacto económico la partitura y le entregó apenas quinientos francos al compositor alemán, mientras encargaba otra partitura al francés Louis Dietsch, que estrenó “Le vaisseau fantôme, ou Le maudit des mers” [El barco fantasma, o El maldito de los mares] en noviembre de 1842. De esta ópera y de su autor, poco recuerdo queda. Sin embargo, Wagner, enrabietado por el desprecio de Pillet, retomó su proyecto operístico y empleó los quinientos francos en el alquiler de un piano. En apenas seis meses logró terminar su obra y, bendecido por el éxito alcanzado tan sólo tres meses antes en Dresde por su ópera anterior, “Rienzi”, pudo estrenarla en el mismo recinto, el Teatro Real de la Corte de Dresde el 2 de enero de 1843. Wagner sólo contaba veintinueve años y fue también el encargado de dirigirla.

Una historia de redención

La ópera comienza cuando el barco de Daland, un marinero noruego, se ve sorprendido por una fuerte tormenta y tiene que echar el ancla en una bahía protegida, no muy lejos de su puerto de origen. Mientras la tripulación descansa, un barco aparece fantasmagóricamente de la nada. Es el barco del Holandés –el personaje protagonista de la ópera–, que había hecho un pacto con el diablo para salir indemne de cualquier adversidad climatológica que Dios le pusiese en su trayecto. Pero Dios, más poderoso que Luzbel, condenó al capitán a vagar eternamente, sin rumbo, por todos los mares. Sólo le permitiría desembarcar una vez cada siete años y si en su puerto encontraba una mujer que le fuera fiel, él y su tripulación serían redimidos. Ya han pasado varios períodos de siete años y el Holandés ansía desesperadamente encontrar el amor incondicional de una mujer para poder recuperar su mortalidad y poder descansar en paz.

Richard Wagner

Cuando el Holandés se encuentra frente al barco de Daland, al saber que este tiene una hija soltera, Senta, le pide su mano y Daland, impresionado por los tesoros que el Holandés ha acumulado en su viaje, acepta. Cuando la tormenta amaina, los dos barcos navegan hacia la costa de la casa de Daland.

En el segundo acto, las chicas esperan en tierra el regreso de sus novios marineros. Senta, conocedora de la leyenda del Holandés y conmovida por su destino, desea románticamente salvarle de la maldición. Su anterior novio, Erik, un joven cazador, acude a contarle un sueño premonitorio según el cual su padre regresa al hogar con un misterioso extranjero que se la llevará consigo al mar. Ella le escucha complacida y Erik se marcha desesperado cuando Daland entra en la habitación con el Holandés. Senta sabe en ese momento que está destinada a llevar a cabo la obra de redención. Entre ella y el Holandés surge un entendimiento íntimo y se prepara la unión.

En el tercer acto, los marineros se preparan para la fiesta y tratan de invitar también a la tripulación del barco del Holandés, pero de su barco sólo resuenan espantosos rugidos fantasmales, por lo que huyen horrorizados y asustados. Erik le pide a Senta una vez más que recuerde el amor que se tuvieron y que le había jurado fidelidad eterna, lo que Senta niega con horror. El Holandés, que ha escuchado la conversación y está seguro de que Senta tampoco puede serle fiel, entra en la habitación y le cuenta lo que ella sabe desde hace tiempo: su maldición. Se marcha apresuradamente a su barco para proseguir su destino eternamente irredento, pero Senta le sigue, vuelve a proclamar en voz alta que le será fiel hasta la muerte y para demostrarlo se abalanza desde la roca al mar. En un instante, el barco se hunde en la marea y el Holandés se redime. En una de las posteriores correcciones del final realizadas por Wagner, se ve al Holandés y a Senta ascendiendo del mar a los cielos con la música del “Erlösungsmotiv”.

En esta ópera aparece por primera vez el llamado “leitmotiv” –el tema conductor que caracteriza a cada personaje y define una idea o sentimiento– característico a partir de este momento de la obra del compositor: la “Obertura” de la ópera es su principal ejemplo, con una sonoridad que hoy consideraríamos absolutamente cinematográfica.

Otra peculiaridad de “El Holandés errante” es la impresionante representación musical de las fuerzas de la naturaleza. Las cuerdas hacen retumbar las altas olas contra la escarpada costa noruega en la que se sitúa la acción –al principio, Wagner había ambientado la acción en la costa escocesa y muchos personajes tenían nombres escoceses, pero cambió la ubicación y los nombres a la versión noruega durante los ensayos previos a su estreno en Dresde–. Las tormentas y los relámpagos son simbolizados por los metales, especialmente los trombones y las trompetas. El “Johohoe!” de los marineros del barco fantasma resulta espeluznante, mientras que el mundo de Daland y sus hombres está dibujado de una manera más bien amable. Uno de los coros más famosos de la ópera, el coro de los marineros del principio del tercer acto muestra la incompatibilidad de la realidad y la visión: el canto aparentemente poderoso de los marineros de Daland se ve lentamente superado y casi absorbido por los sonidos irreales del barco del Holandés.

Representación en el Teatro Estatal de Wiesbaden

Su inclusión en el “canon”

Siendo hoy considerada una de las grandes óperas de todos los tiempos, sus primeros pasos no fueron fáciles. Frente al éxito de “Rienzi”, esta ópera de carácter psicológico fue incomprendida inicialmente por el público, dada su atmósfera sombría y adusta y que el protagonista, el Holandés, no fuera un héroe al uso, sino un personaje atormentado. Y no ayudó tampoco que Wagner no la incluyera de principio en su famoso “Canon de Bayreuth” –las diez únicas óperas que se representan en el festival que él mismo fundó en 1876–.

Wagner no era, en realidad, un compositor condescendiente consigo mismo: su evolución estilística le llevó a renegar inicialmente de sus primeras óperas, “Rienzi” y “El Holandés errante”, aunque en el caso particular de esta última, las modificaciones a las que la sometió a lo largo de varios años lograron que terminara admitiéndola como merecedora de entrar en el “canon” antes de fallecer en 1883, manifestando a Cósima su voluntad de rescatarla. Esta, ya viuda, se encargó, al asumir la dirección del festival, de facilitar su estreno en la edición de 1901 del festiva de Bayreuth. 

En la actualidad, “El Holandés errate” es considerada como la más fácil de escuchar de todas sus óperas, especialmente para los menos acostumbrados a la larga duración de sus composiciones: esta dura alrededor de dos horas y media, poco tiempo para Wagner. Desde su estreno en Bayreuth han sido numerosísimas las versiones discográficas que se han realizado de ella, a cargo de directores del prestigio de Karl Böhm (en dos ocasiones), Otto Klemperer, Herbert von Karajan o Georg Solti. Los expertos, sin embargo, consideran que la versión de Joseph Keilberth grabada en Bayreuth en 1955 no tiene parangón, con un elenco formado por Hermann Uhde (el Holandés), Astrid Varnay (Senta), Ludwig Weber (Daland) y Rudolf Lustig (Erik). Según afirman ellos, el Holandés interpretado por el bajo barítono alemán Hermann Uhde (Bremen, 1914-Copenhague, 1965) es insuperable, al captar el profundo tormento de ese personaje de una manera conmovedora que nadie ha conseguido desde entonces. Desgraciadamente, es una grabación para Decca difícil (aunque no imposible) de conseguir. 

Nuestro Plácido Domingo fue Erik en una versión de Deutsche Grammophon de 1991, dirigida por Giuseppe Sinopoli, con Bernd Weikel como el Holandés y Cheryl Studer como Senta. Pero si bien las distintas grabaciones se sucedían con regularidad desde 1936 hasta principios de los años noventa, en lo que llevamos de siglo sólo se ha grabado en contadas ocasiones y, probablemente, la mejor sea la grabada en 2001 por Warner Classics, bajo la batuta del más influyente de los directores wagnerianos de nuestra época, el argentino (aunque nacionalizado español, israelí y palestino) Daniel Barenboim, con Falk Struckmann y Jane Eaglen en los papeles principales. Dos de las últimas versiones han sido comercializadas en formato DVD. La primera se grabó en directo en el Festival de Bayreuth de 2013 y fue dirigida por Christian Thielemann –que dos años después sería nombrado director musical del evento, un cargo hasta ese momento inexistente y que le convertía en su máximo responsable–, con Samuel Youn, Ricarda Merbeth, Franz-Josef Selig y Tomislav Muzek en los papeles, respectivamente, del Holandés, Senta, Daland y Erik. La segunda, de 2017, publicada por Harmonia Mundi, cuenta con la dirección del granadino Pablo Heras Casado, y recoge la grabación realizada en directo en 2016 en el Teatro Real de Madrid, con una escenografía diseñada por Àlex Ollé, de La Fura dels Baus, y un reparto que cuenta con Samuel Youn como el Holandés e Ingela Brimeberg como Senta.

Composiciones inspiradas en el mar

La naturaleza y sus elementos han sido notable fuente de inspiración para compositores de todas las épocas y no ha sido extraño, incluso, en las últimas décadas, que sus sonidos se hayan incorporado a las propias obras. El mar, en concreto, es capaz de provocar miedo y asombro, y maravillar con una belleza que inspira a los más dotados de sensibilidad. En Nautik le vamos a rendir homenaje cada quince días, con una serie de artículos sobre las más destacadas obras de música, tanto clásica como contemporánea, que se han inspirado en su belleza y grandiosidad.

Salir de la versión móvil