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Bitácora

75º aniversario de la expedición de la Kon-Tiki: ¿ya no hay aventureros como los de antes?

La aventura marina, que atravesó en una rudimentaria balsa de troncos los casi 7.000 kilómetros del océano Pacífico que separan el puerto limeño del Callao, en Perú, y el atolón de Raroia, en las islas Tuamotu, marcó a toda una generación de amantes de la mar

© The Kon-Tiki Museum

101 días. Eso es lo que duró la travesía que el explorador noruego Thor Heyerdahl realizó del 28 de abril al 7 de agosto de 1947, atravesando el océano Pacífico desde el Perú hasta la Polinesia a bordo de una rudimentaria balsa de troncos, para demostrar su teoría de que la Polinesia fue poblada en tiempos precolombinos por navegantes llegados de Sudamérica. 

Según las teorías habituales de la época, la Polinesia fue colonizada desde Asia a través de Micronesia o Melanesia, de oeste a este. Heyerdahl, arqueólogo de profesión, al igual que algunos otros autores antes que él, no consideraba imposible que se produjera dicho asentamiento de la Polinesia desde Asia, sino menos probable, ya que habría sido en contra del viento y las corrientes (viento alisio y corriente ecuatorial).

© The Kon-Tiki Museum

Sin embargo, el asentamiento desde el otro lado del Pacífico, América, que era el más probable según Heyerdahl, ni siquiera se discutía en los círculos de expertos, ya que se consideraba que era técnicamente imposible para la población precolombina. El principal defensor de esta opinión generalmente aceptada era un respetado arqueólogo estadounidense, Samuel Kirkland Lothrop, investigador del Museo Peabody de Arqueología y Etnología de Cambridge, Massachussetts, una institución afiliada a la Universidad de Harvard, que llevó a afirmar en un tratado que la balsa precolombina se habría deshecho y hundido al cabo de dos semanas.

Heyerdahl (1914-2002), que ya había vivido en varias de las Islas Marquesas de la Polinesia Francesa antes de la Segunda Guerra Mundial y conocía su tradición oral, defendía como más probable el recorrido desde Sudamérica, apoyándose en la fuerte corriente de Humboldt y los vientos alisios, y rechazó la posibilidad de un asentamiento desde la dirección opuesta, basándose en que ni los hallazgos arqueológicos de Melanesia ni los de Micronesia tenían similitudes significativas con la cultura polinesia, a diferencia de lo que sí sucedía con artefactos sudamericanos. Los hallazgos botánicos indicaban también que las plantas sudamericanas se utilizaban en la Polinesia antes de que los europeos visitaran la zona. Y el afán aventurero de Heyerdahl hizo el resto: el viaje de la Kon-Tiki pretendía aportar la prueba que refutara el reconocido dictamen de Lothrop.

Heyerdahl organizó la expedición y una vez culminada con éxito escribió el libro “La expedición de la ‘Kon-Tiki’”, en el que contaba pormenorizadamente los detalles, tanto de los motivos que lo impulsaron a lanzarse a la aventura, como los medios con los que terminó de materializarse: desde los fondos para financiar el viaje hasta quienes iban a formar parte de la expedición. La primera persona a la que Heyerdahl le habló de su idea, el ingeniero noruego Herman Watzinger (1916-1986), fue nombrado segundo al mando, aunque tampoco sabía nada de navegación. Pero sí se encargó de realizar los cálculos meteorológicos y estudios hidrográficos.

© The Kon-Tiki Museum

El resto de la tripulación estaba formado por conocidos de uno u otro: Erik Hesselberg (1914-1972) era el timonel y el artista encargado de pintar la cara que se ve en la vela de la balsa. Knut Haugland (1917-2009) era el operador de radio; había trabajado, como agente de la Resistencia noruega contra los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, en el sabotaje de la fábrica de agua pesada Norsk Hydro en Rjukan. Torstein Raaby (1920-1964), también operador de radio, también participó militarmente en los intentos de hundimiento del acorazado Tirpitz de la marina alemana. Bengt Danielsson (1921-1997), el único sueco, era el cocinero, pero como antropólogo estaba científicamente muy interesado por la teoría de Heyerdahl. También era el único miembro de la expedición que sabía hablar español.

La balsa se construyó según escritos y dibujos de las flotas incas realizados por los conquistadores españoles. Constaba de nueve troncos de madera de balsa de hasta 13,7 m de longitud y 60 cm de grosor que se unieron entre sí sin clavos ni alambre de acero para armarlo, sólo cuerda de cáñamo (¡317,5 m de cuerdas, de unos 32 mm de grosor!). Se ataron fuertemente también maderas cruzadas de troncos de balsa, de 5,5 m de longitud y 30 cm de diámetro, a intervalos de 1 m.

Dos tablones de pino sirvieron de tajamar en la proa, y varios tablones de 2,5 cm de grosor y 60 cm de longitud se utilizaron como orzas entre los troncos de balsa. El mástil, de 8,8 m de altura, estaba formado por dos troncos de madera de mangle atados en forma de A. Cerca de la popa se construyó una cabaña de 4,25 × 2,4 m de superficie, de entre 1,2 y 1,5 m de altura, cubierta con hojas de plátano. En la popa había un timón de 5,8 m de longitud hecho de madera de mangle con una pala de timón de abeto. La vela mayor era de 4,6 × 5,5 m; las fotos también muestran una gavia sobre la vela mayor y una vela motriz. La cubierta estaba hecha en parte de malla de bambú. 

Para la expedición, la Kon-Tiki llevaba 1.100 litros de agua potable en 56 bidones de agua, además de una serie de tallos de bambú para comprobar cómo se podría haber almacenado agua durante largos viajes en la antigüedad. Las provisiones constaban de 200 cocos, boniatos, calabazas y otras frutas y tubérculos. El ejército estadounidense proporcionó raciones de comida, latas y equipo de supervivencia. Sin embargo, la tripulación también procuró sobrevivir con la pesca y otras capturas, incluyendo peces voladores, doradas, atunes de aleta amarilla y tiburones.

© The Kon-Tiki Museum

El viaje comenzó el 28 de abril de 1947 en el puerto del Callao, a las afuera de Lima, después de que la balsa fuera bautizada el día anterior con el nombre de Kon-Tiki en honor al dios inca Huiracocha, del que se decía que Kon-Tiki era su nombre antiguo. La balsa fue remolcada fuera de la costa para evitar que se interpusiera en el camino de los numerosos barcos mercantes que llegan a diario al primer y más importante puerto marítimo de Perú: el peligro de percatarse de la balsa demasiado tarde habría sido enorme para los barcos y adoptar una acción evasiva para salvar la balsa habría sido imposible.

Como se esperaba, la corriente de Humboldt empujó la balsa en dirección oeste, pero como la vela trabaja básicamente en función del viento, el timón sólo permitía gobernar de una forma limitada. Sólo en el transcurso de la travesía la tripulación aprendió a utilizar, sobre la marcha, el efecto de las quillas enchufables, que permitían importantes desviaciones del rumbo respecto a la dirección del viento.

Durante la travesía también se puso de manifiesto que, en contra de la opinión de los supuesto expertos, los troncos de los árboles se impregnaban de su savia e impedían la penetración del agua del mar, por lo que la balsa permaneció flotando mucho más tiempo del previsto. En la zona de paso, se podía recoger el agua de lluvia y reponer las reservas de agua potable. 

El 30 de julio se avistó tierra por primera vez. Era el atolón Puka-Puka, pero la balsa no se pudo aproximar allí por falta de maniobrabilidad. El desembarco en el de Fangatau, a donde se aproximó, el 4 de agosto tampoco fue posible. Pero tres días después, el 7 de agosto, la balsa encalló en el arrecife de Raroia, en el archipiélago de las Tuamotu, empujada por el viento. Había recorrido unas 3.770 millas (6.980 km) en 101 días a una velocidad media de 1,5 nudos.

La estructura de la Kon-Tiki resultó dañada durante el desembarco (la caseta en la que se alojaban se derrumbó), pero los nueve troncos principales de la balsa permanecieron intactos. La tripulación bajó a tierra y fue descubierta al cabo de una semana por los polinesios que vivían al otro lado del atolón. Con una marea más alta, la balsa fue arrastrada por el arrecife hasta la laguna interior. Posteriormente fue remolcada a Tahití y llevad a Noruega con la ayuda de armadores noruegos. En la actualidad se encuentra en el Museo Kon-Tiki en Oslo, que se construyó en 1949 y se inauguró el 15 de mayo de 1950.

The Kon-Tiki Museum en la actualidad

Con esa supuesta “locura” de viaje Heyerdahl demostró que la ciencia había subestimado considerablemente la navegabilidad de las embarcaciones antiguas, y también que, en contra de la opinión de los expertos de la primera mitad del siglo XX, incluso una balsa primitiva era gobernable con los medios disponibles en época precolombina, pese a que la tripulación de la Kon-Tiki no había conseguido desviarse significativamente de la dirección del viento, es decir, virar. 

En su libro, Heyerdahl describió el encuentro con olas monstruosas y el fenómeno de las “Tres Hermanas”, hasta entonces considerado un “cuento para marineros”: durante una guardia nocturna en mares tranquilos, vio llegar un “oleaje inusualmente grande”, seguido de otras dos paredes de olas. La balsa era levantada por las olas y quedaba atrapada entre las crestas que rompen. Después de las tres olas, el autor volvía a describir un mar de nuevo tan tranquilo como antes del inesperado encuentro.

© The Kon-Tiki Museum

Otras expediciones

El éxito de la travesía posibilitó, en 1948, la publicación del libro de Thor Heyerdahl ya citado, y la creación de un documental dirigido por el propio antropólogo aventurero, con las cámaras con que rodó a bordo, que recibió en 1951 el Óscar al Mejor Largometraje Documental en la 24ª edición de los Premios de la Academia… aunque el Óscar recayó, oficialmente, en Olle Nordemar, su productor. Heyendahl realizó posteriormente más expediciones científicas al archipiélago de las Galápagos y la isla de Pascua. Y en 1969 y 1970 Heyerdahl intentó conectar a los indios sudamericanos con las antiguas civilizaciones de África y Medio Oriente, cruzando el Océano Atlántico desde Marruecos en barcos de juncos construidos a partir de pinturas y modelos del antiguo Egipto. Los barcos recibieron el nombre del dios egipcio del sol, «Ra», el primero, botado en 1969, y «Ra II», botado en 1970. Pero esta es otra historia…

La comunidad científica siguió manteniéndose escéptica con respecto a los descubrimientos del viaje y no consideraron el viaje de la Kon-Tiki como una prueba científica de la teoría de Heyerdahl: la posibilidad de su realización no significa que el acontecimiento se hubiera producido realmente en el pasado.

Finalmente, en 2020, un estudio internacional de ADN de varias islas de la Polinesia Oriental y varios grupos de personas en América del Sur presentó “evidencia concluyente” de que también hubo contacto entre sudamericanos y polinesios hace mil años. La ascendencia sudamericana se encontró en Rapanui e islas más distantes como Palliser, Nuku Hiva, Fatu Hiva y Mangareva. En comparación con el ADN de las poblaciones sudamericanas, se descubrió que el pueblo zenú de Colombia tiene más en común con el ADN polinesio.

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