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Cada día, la tripulación del Eilean seca la cubierta del velero hasta que no queda una sola gota de agua corrosiva que se atreva a amenazar su hermosura. Lo hace con esmero y dedicación, porque el Eilean siempre ha sido una de las niñas bonitas del mar, aunque lo dejaran olvidado en una laguna del país caribeño Antigua y Barbuda. Pero esta es la historia de una feliz resurrección.
El prestigioso astillero escocés Fife construyó artesanalmente este ejemplar de madera y gran velamen de 22 metros de eslora y 4,5 de manga, hecho a imagen y semejanza de los Clase J que compitieron en la Copa América en los años 30. Lo botaron en 1936 en Fairlie (Escocia) y lo llamaron Eilean, “pequeña isla” en gaélico. Sus primeros patrones fueron los hermanos James V. y Robert W. Fulton, de Greenock, al oeste de Escocia. Se ocupaban de la fabricación del hierro empleado en la construcción de embarcaciones de madera y eran miembros del Royal Gourock Yacht Club. Pero no albergaban grandes planes para el Eilean, que ejerció como mero medio de transporte, recorriendo la costa oeste escocesa en un trayecto recurrente.
Llegó la II Guerra Mundial y los hermanos Fulton se marcharon a luchar en la contienda, vendiendo el queche de imponentes mástiles de 18 y 28 metros. El Eilean pasó de mano en mano y ninguno de sus dueños se prendaba de sus encantos por mucho tiempo. Uno de ellos fue John Shearer, un arquitecto que lo transformó en un yate de alquiler con amarre en Puerto Inglés, al sur de Antigua. La embarcación se hizo muy popular. Si hasta los británicos Duran Duran la alquilaron para que sirviera de escenario en el videoclip ochentero de su canción ‘Rio’.
En los años 80, llegó a cruzar unas 15 veces el Atlántico con Shearer. Y entonces sufrió un accidente fatal, al chocar contra un barco mercante que lo dejó dañado, hasta el punto de ser abandonado porque su propietario no podía hacer frente al coste de las reparaciones. No fue hasta 2006 cuando Angelo Bonati, exconsejero delegado de la firma de alta relojería Panerai y apasionado de la vela, apostó por recuperar el queche, comprándolo en nombre de la relojera. Tenía sentido: Panerai había nacido en el mar, como proveedora de instrumentos de precisión de la Armada Real Italiana. Y en 1936 había creado el primer prototipo de un reloj de buceo para sus misiones subacuáticas, el Radiomir, coincidiendo con el nacimiento del Eilean, para más inri.
A la adquisición le siguió una mudanza a Italia y más de tres años de trabajos de restauración, en los que los maestros carpinteros navales del astillero de Francesco Del Carlo, en la Toscana, lograron preservar sus formas y materiales originales. Salvaron el 60 % de los tablones de teca birmanos del casco, asentados sobre unas estructuras de acero reemplazadas en 2009. Reacondicionaron los ojos de buey de bronce y los volvieron a montar. Las piezas que no se pudieron reutilizar se rehicieron, como los dos nuevos mástiles construidos a partir de un solo abeto de Alaska. Como homenaje a los orígenes del barco, el motivo del dragón del astillero Fife se volvió a tallar en el casco.
Hoy se enseñorea de nuevo por los mares, presumiendo de sus acabados de lujo, de sus vigas de abeto sitka y de su interior de caoba, en el que caben dos camarotes en popa y uno en proa con baños en suite que pueden acomodar a un máximo de seis personas. Su salita de estar se ha vestido con ropa de cama de alta calidad y suntuosas banquetas rojas. El Eilean ha dejado de luchar con otras naves en regatas para yates clásicos y de época del circuito internacional. Pero ejerce de anfitrión de periodistas, influencers y otros invitados de Panerai y conserva el título de belleza vintage de los océanos.